En el taller de Chaumet, un espacio con luz natural y vistas a la columna trajana de la plaza Vendôme, se trabaja estos días en un encargo extraño. Sus artesanos se afanan en la creación de una tiara para el nuevo poder. En esta casa, que ha firmado piezas para Josefina Bonaparte, Eugenia de Montijo y Olga Picasso, se trabaja a toda máquina para terminar a tiempo la diadema de una potente empresaria. Poderosa, joven y de nacionalidad china. Es todo lo que hemos conseguido averiguar. La joya debe estar lista para el último conse…
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En el taller de Chaumet, un espacio con luz natural y vistas a la columna trajana de la plaza Vendôme, se trabaja estos días en un encargo extraño. Sus artesanos se afanan en la creación de una tiara para el nuevo poder. En esta casa, que ha firmado piezas para Josefina Bonaparte, Eugenia de Montijo y Olga Picasso, se trabaja a toda máquina para terminar a tiempo la diadema de una potente empresaria. Poderosa, joven y de nacionalidad china. Es todo lo que hemos conseguido averiguar. La joya debe estar lista para el último consejo de administración del año. La empresaria quiere aparecer con el halo divino que confiere una tiara de oro y diamantes. Una cabeza coronada recibe el poder de Dios, del cielo, o de quien sea que maneje los hilos allá arriba. Eso manda la tradición. Ataviada con una joya de tres millones de euros, espera dejar claro quién manda en esa sala de juntas.
¿Qué tipo de gente se encargaría una tiara en 2023? Esta es una pregunta difícil para los directivos de Chaumet, una firma joyera fundada en 1780, propiedad de LVMH desde 1999. Reinas y princesas, novias, suegras agradecidas y por lo visto empresarias. Tras una exhaustiva revisión, Thibault Billoir, conservador de los archivos de la casa, encuentra los registros de las que encargaban en el siglo XIX y parte del siglo XX, la emblemática tiara Chaumet de la reina Victoria Eugenia con flores de lis o la diadema de espigas de trigo de Josefina Bonaparte, incluso las alianzas de Eugenia de Montijo y las de Olga y Pablo Picasso, pero la casa protege los datos de sus clientes durante al menos 75 años. Solo se sabe de los vivos lo que ellos quieran contar. Jean-Marc Mansvelt, CEO de Chaumet, un presidente que va a trabajar en metro y no tiene coche ni chófer, se encoge de hombros con una sonrisa enigmática: “Nunca hemos tenido tantos encargos de tiaras como ahora”.
La casa Chaumet se hace famosa en el primer imperio (1804-1815). Cuenta Claire Gannet, directora de patrimonio de la marca, que hacia 1805 Napoleón nombra joyero imperial a su fundador, Marie-Étienne Nitot, y se propone rescatar las espigas de trigo, las coronas de laurel y otros símbolos del Imperio Romano: “Como nuevo César europeo exige a la emperatriz y a las damas de la corte que los usen en forma de diademas. Así se convirtieron en un complemento de moda”, apunta. Pero ¿cómo explicar el éxito de una tiara, que si es buena debe ser pesada, en nuestros líquidos días? Claire dice que la moda se fue replicando en cada periodo. “En la etapa art déco, que solo duró 10 años, la gran duquesa de Luxemburgo trajo unas piedras maravillosas y encargó un modelo muy moderno, que aún sigue usando María Teresa, la actual duquesa. Esa diadema inspiró la de Wonder Woman, el primer personaje femenino de cómic con superpoderes, concentrados, por cierto, en la tiara”. Claire ni confirma ni desmiente que esta pieza se haya resignificado como símbolo feminista, pero se yergue en la silla y cuenta: “El peso de las joyas cambia el equilibrio del cuerpo. Cuando uno se pone una diadema, cambia la postura y eleva la actitud. Cualquier persona se transfigura con una tiara. Lo vemos cuando se las prueban: la joya obliga a erguir el porte, a elevar la cabeza, y a adoptar andares de reina o de bailarina”.
El tiempo mínimo de confección de una tiara ronda el año y medio. A los clientes de Chaumet les sobra el dinero, pero no la paciencia. Las quieren en ocho meses. Bien lo sabe Benoît Verhulle, jefe de taller de…
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